jueves, 23 de octubre de 2008

ANOCHECE


Un mar de nubes, malva y rosa, contiene al sol en su carrera. Los pinos de la colina vecina se transfiguran con la nueva transparencia de los últimos rayos de luz. Una alondra se ha instalado en la altura, despidiendo al día entre gorjeos. Sobre las casas acurrucadas de la aldea, caen lentas, profundas, las campanadas del toque de ánimas. Las primeras luces se encienden en las calles. Campos y casas se arropan entre sombras.

Anochece y el alma medita.

Siempre son propicias a la meditación las últimas horas de una jornada que expira. Apagado el extruendo de los ruidos exteriores, a un lado ya los trabajos absorbentes, en sordina las preocupaciones inquietantes, el alma se impregna de la suave melancolía del ambiente y medita.

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